Brasil 2014 El Mundial y el final de todos los tiempos De cuestionar a los jugadores a seguir con fanatismo los siete partidos. De criticar la falta de corazón a ver cómo el equipo de Sabella dejan la vida en la cancha. Un análisis de lo que nos dejó el camino hasta las puertas del Maracaná.
El Mundial ha sido muchas cosas. Un sedante, un placebo, una distracción, una pasión, una diversión, un espectáculo, una de cada. Esas publicidades emotivas, con la fórmula lacrimógena de música e imágenes épicas; las que nos hacen creer que vamos a ganar todo, que no hay ningún equipo como el argentino y que nadie lo sabe, pero que tenemos un secreto: el destino.
Durante 24 años ese secreto se mantuvo bien guardado, hasta algunos se atrevieron a decir que no existía, que era puro verso. Que dejemos de chamuyar, “es hora de que nos demos cuenta de que no somos, quizás, tan buenos”. Y es probable que algo de todo eso fuera acertado, que tuviéramos que bajarnos del caballo. Pero un día la ecuación volvió a darnos el resultado que queríamos.
Algunos, los de una determinada generación, quizás hasta llegaron a pensar que todo eso del 78’ y el 86’ fue nada más que una ráfaga temporal de gloria. Todos esos, los desencantados, salieron junto a los memoriosos quienes habían vivido “eso que hace 24 años no pasaba” a lagrimear algo que todavía ni siquiera sucedió. Pero es tan solo el umbral. Estar ahí, en las puertas de lo máximo, tiene un sabor único: ni mejor ni peor que el de haberlo cruzado.
Estar en el umbral del final de todos los tiempos. Donde nada más importa. Hay que dejarse caer y que la gravedad haga lo demás. Los 23 jugadores argentinos en Brasil (sumado al cuerpo técnico) están parados en la puerta de lo más grande que puedan llegar a hacer en toda su vida.
Muchos de ellos jamás tendrán una necesidad básica insatisfecha. Nunca les faltará de comer, dónde dormir o qué remedio tomar. Sin embargo, ahí estaban las lágrimas cuando Maxi Rodríguez pateó aquel último penal contra Holanda con esa cara que todos vimos. Nadie dijo nada, pero ese gesto fue evidente. La cara de estar en el umbral. Esa mezcla entre alegría, angustia, miedo e incertidumbre. Eso de saber que nunca hubo nada más importante.
Y estuvieron las lágrimas en el rostro de Lionel Messi. Ese que no siente la camiseta, que no canta el himno (o no lo tararea), ese que en realidad sólo juega bien en Europa y que, en la Selección, decide no jugar tanto y se guarda. Ese que no se pelea con nadie, que no prepotea, que no tira títulos y que no concede la foto de tapa. Pero, parado en el umbral del final de todos los tiempos, lloró.
Corrió y lloró. Corrió a abrazarse con sus compañeros. A cantar “cada día te quiero más” mirando a los argentinos en Brasil. Revoleó la camiseta, algo que internacionalmente pocos entienden. Y ahora, a cruzar el umbral.
Y estuvieron las lágrimas en el rostro de Lionel Messi. Ese que no siente la camiseta, que no canta el himno... Se parará cada reloj, cada corazón y cada movimiento en la vida de millones de personas. Pero para esos 23 y, en especial para Lionel, es el final. Después no hay nada, no hay más vida. Por eso Di María se desespera y Agüero trata de mantener la calma. No pueden más, necesitan jugar ese partido.
Quien suscribe le pide al lector que haga el noble ejercicio empático de ponerse en el lugar de cualquiera de esos 23. Por ejemplo, de Augusto Fernández, el único que no jugó ni un minuto (aparte de los arqueros suplentes) en esta copa. Ahora, que busque imágenes de ese jugador durante cualquiera de los entrenamientos de este Mundial. Sonrisa plena, permanente.
La posibilidad de perder no desanima. Un enorme camino fue desempolvado e iluminado. Sólo restará seguir las migajas.
El domingo será el día más importante en la vida de toda la delegación argentina en Brasil y de cada uno de los jugadores que fue hasta allá, hasta del tercer arquero, que sabe que no va a jugar, que no tiene chances. Si a cualquiera que lea este texto le quedara alguna duda del empeño con el que lucharán contra Alemania los argentinos en el Maracaná, quien firma esta nota les propone hacer ese simple ejercicio: imagínense en el umbral, en el final de todos los tiempos y a once alemanes en el camino. ¿Qué harían?
Sábado, 12 de julio de 2014
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